Sotto Natale, intramoenia del pianeta, non c’è atmosfera: c’è un ronzio. Un ronzio di server, di droni, di voti mancati, di decisioni prese in stanze dove l’aria non entra.
Accuso i registi invisibili, quelli che muovono capitali come fossero pedine e chiamano “ordine” ciò che è solo convenienza. Accuso i tavoli dove si firma il destino altrui con penne che non tremano mai.
Colpevoli anche noi, ci siamo abituati a vedere come “normale” dolore e mari che sgorgano da occhi stanchi che non ce un dio al quale pregare.
La profezia non arriva dall’alto: sale dal basso, dalle crepe nei dati, dalle statistiche che non tornano, dai numeri che gridano più delle parole.
Dice che il mondo non esploderà: si sviterà. Pezzo dopo pezzo, come una macchina lasciata andare, finché resterà solo un guscio spento, un dispositivo che nessuno sa più riparare.
Eppure, in questo dicembre, qualcuno tenta ancora di intervenire: non con belle frase da repertorio, bensì con le mani, col corpo tutto, con l’anima, banali per i giornali —in apparenza, eppure cambiano la traiettoria di un sistema.
Intramoenia del pianeta: non siamo protetti, siamo implicati. E chi si sente tale non può restare indifferente.
Intramoenia, poema.
Bajo la Navidad, intramuros del planeta, no hay atmósfera: hay un zumbido. Un zumbido de servidores, de drones, de votos ausentes, de decisiones tomadas en salas donde el aire no entra.
Acuso a los directores invisibles, a quienes mueven capitales como si fueran peones y llaman “orden” a lo que es solo conveniencia. Acuso a las mesas donde se firma el destino ajeno con plumas que nunca tiemblan.
Culpables también nosotros, nos hemos acostumbrado a ver como “normal” el dolor y mares que brotan de ojos cansados que no tienen un dios al cual rezar.
La profecía no llega desde arriba: sube desde abajo, de las grietas en los datos, de las estadísticas que no cuadran, de los números que gritan más que las palabras.
Dice que el mundo no explotará: se desatornillará. Pieza tras pieza, como una máquina dejada a su suerte, hasta que solo quede una carcasa apagada, un dispositivo que nadie sabe ya reparar.
Y sin embargo, en este diciembre, alguien intenta todavía intervenir: no con bonitas frases de repertorio, sino con las manos, con todo el cuerpo, con el alma, banales para los periódicos —en apariencia, y aun así cambian la trayectoria de un sistema.
Intramuros del planeta: no estamos protegidos, estamos implicados. Y quien se siente tal no puede permanecer indiferente.